domingo, 13 de mayo de 2018

La extrañeza: ¿un arte zoológico?

Seguramente hayáis leído estos últimos días la polémica generada por una obra que ha traído el Museo Guggenheim de Bilbao, dentro de la colección Arte y China después de 1989 (desde el 11 de mayo hasta el 23 de septiembre de 2018). Una pequeña parte de esta exposición cuenta con la presentación de animales vivos, incluyéndolos como meros objetos dentro de un museo. El artista ya ha contado en anteriores exposiciones con gestos que se incluyen entre el maltrato animal. La exposición ya suscitó reacciones adversas cuando estuvo en Nueva York, y ahora Bilbao acoge esta muestra.


Antes de nada, debo decir que Arte y China después de 1989, es decir, la exposición en su conjunto y no esta parte sobre los animales, me ha llamado la atención. Consiste en una serie de proyectos y manifestaciones que protestan por medio del arte contemporáneo y del asociacionismo contra la visión hegemónica de la China rígida y dictatorial, un país que magnifica lo urbano como la esencia de su progreso y que se vende al exterior como potencia económica líder. Todo este arte protesta surge cuando en 1989, a raíz de la masacre de Tiananmén, un impulso reactivo contra la apisonadora de lo autoritario contra todo individuo decide resistirse dentro y fuera de los límites de la China que se intenta imponer desde lo oficial. Por comentar algunas de ellas, se cuenta la historia de un grupo que creó un sistema rural de protesta contra lo urbano o de una iniciativa de crítica a los Juegos Olímpicos mediante la burla de su imagen internacional. Es muy recomendable, ya que la exposición cuenta con testimonios en vídeo, mapas, efectos sonoros, obras de arte reproducidas in situ... a fin de hacer la vivencia de la reacción muy poliédrica.  

Veamos la obra en el centro de la polémica con la que contaba el museo: El teatro del mundo de Huang Yong Ping (1993). Consistía en dos partes: un terrario central a modo de coliseo romano, donde había lagartos y algunos grandes insectos como escarabajos y saltamontes, y un puente de hierro que atravesaba la estructura por encima del terrario conteniendo serpientes y tortugas. Si el efecto esperado era que los asistentes al museo contemplasen el horror de la actividad depredadora como analogía del capitalismo rampante, la imagen no podía ser más decepcionante. En los casi veinte minutos que pasé observando el terrario y el puente que colgaba por encima, ningún reptil se alimentó de un insecto. Diré más: algunos escarabajos estaban descansando tranquilamente en zonas perfectamente accesibles bajo la atenta mirada de los depredadores, un saltamontes estaba en la arena del coliseo romano como si fuese un lagarto más y otro saltamontes más pequeño se había asido fuertemente a la espalda de un lagarto mediano y casi lo trataba de amigo. La sensación que transmitía la pretendida obra era de un tedio insoportable, la de los reptiles mirando las luces que les apuntaban vigilantes y preguntándose el sentido de todo aquel montaje (casualidad, me sentía muy identificado con esas escamas). 


Por supuesto, no estoy obviando que los animales se nutriesen en otros momentos en los que yo no estuviera mirando, porque también de eso trataba la obra: de ser vigilado constantemente. Los visitantes podían observar la actividad de todos estos reptiles e insectos, actividad por otro lado al margen de la detallada obsesión humana de analizarlo todo, más aún de la humanidad marcada por la era moderna. Enjaulados los animales y convenientemente iluminados, la vigilancia se vuelve automáticamente obligada, es imposible realizar otra alternativa al visitar esta obra. Uno se vuelve un agente pasivo esperando lo que esta disposición tenga que ofrecer, que por otro lado está perfectamente controlada por haber sido construida como un confinamiento. 

Teniendo un gran vacío en cuestiones de arte, me pregunto qué sentido tiene incluir una imagen puramente zoológica - o diría incluso de montaje documental - dentro de un museo. Me obvia decir que los seres vivos no tienen por qué estar recluidos para ningún fin artístico por muy figurativo que sea, cuando su explicación directa es que ese no es su lugar. Cualquiera que busque aprender de la naturaleza y sus mecanismos tiene otros caminos naturales para hacerlo que no es el de los museos. Para mí, este artista se equivoca usando los medios elegidos para proclamar el fin de su explicación, pero además se excede el museo acogiendo algo tan atípico para la concepción de arte, retorciendo una concepción para resquebrajar la idea de que el arte es una creación humana y como tal no debe implicar deshumanizar a lo natural. Dejemos aparte el evidente propósito de buscar el sensacionalismo que atraerá a la obra, tal y como pretende su diseñador. Espero que sea esta una excepción y no una nueva tendencia que lleve a otros autores a hacer su propia versión de ese estilo.


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