Han proliferado como setas los debates en las distintas cadenas de televisión. El formato lo tenemos ya a toda horas y, por si fuera poco, hay programas informativos que también incluyen el debate como una modalidad potente de su metraje.
Cabe preguntarse a qué se debe esta masificación, a cuento de qué viene tener a todas horas periodistas y expertos hablando - con mayor o menor pericia - de los temas de actualidad. Es sin duda una ocasión que se crea de facto, por la situación de desconcierto económico, político, social... que vivimos. Las personas tendemos a pensar que con un plus de información podremos entender mejor la situación en la que estamos, y las cadenas televisivas se han lanzado a cubrir esta demanda que parece bien justificada.
Hasta ahí todo bien, es importante estar informado, incluso informado de más, cuando pasan cosas importante. Lo que ahora cabe preguntarse es la calidad de la información: ¿aporta algo este tipo de debates sobre el informativo o la lectura sosegada del periódico? En ocasiones en los debates se intenta profundizar sobre un tema muy concreto de alguna noticia o se muestra un enfoque distinto de un tema que ya se ha tratado antes, lo cual es sin duda beneficioso para los espectadores. Otras veces, se dan las mismas vueltas sobre un tema concreto y con las mismas voces (tema aparte), lo que no se puede decir que produzca nada nuevo.
No tengo problema en reconocer que me he vuelto seguidor de estos espacios. Los consumo con moderación - cosa que no figura a la hora de vendernos el producto -, siempre con el interés de ver los temas que se tratan, cómo se tratan y quiénes hablan sobre una u otra postura. En ocasiones hay voces que dicen algo inteligente o se tratan temas que no se ven apenas en los informativos; en otras, la repetición de ideas y el discurso caduco de algunos tertulianos las hace cuanto menos difíciles de digerir.
El formato también es valorable: es necesario un moderador activo y con dinamismo pero sin ser partidista, y unos recursos documentales que cubran bien la introducción a los temas que aparecen. Cabe también señalar que en los debates siempre hay algo de duelo, de enzarzamiento entre dos tertulianos enfrentados. Es un método de los que dan audiencia y que algunos formatos hasta intentan impulsar, pero en la mayoría de ocasiones no aclara nada y hace que el tono serio se pierda por completo.
Al abundar tanto, casi concebimos a los debates como un programa de entretenimiento más en nuestras pantallas. Es divertido incluso ver cómo la audiencia se posiciona: elige a sus tertulianos favoritos y parece pensar que hasta le representan. No está de más dejarse llevar por estos formatos y sus posiciones, pues es posible que obtengamos visiones que nos enriquezcan, pero tampoco hay que dejarse llevar por su formato tan cerrado y casi guionizado.
Visualizar estos debates nos ayuda a informarnos pero no a participar, para participar hay que trascender estas realidades. Que los debates políticos se acerquen al ciudadano están bien, pero esto no debe dar una falsa sensación de comodidad, de que informándonos ya está todo bajo control. No, no. Como dirían algunos que investigaban fenómenos paranormales, hay que mirar más allá: "la verdad está ahí fuera".