miércoles, 27 de diciembre de 2017

Las pasiones efímeras

Es bastante humano creerse que lo que a uno le gusta de verdad, aquello a lo que dedica su vida es sin duda lo más importante de cuanto puede practicarse en el mundo

El objeto de la defensa no admite límites, porque contiene lo sublime de la experiencia personal. Ciertas gotas de egoísmo bien dirigido se mezclan con una muralla que se alza contra las diferencias de los otros. Se deja elevar por su elección, la cual tiene potencia sobrada para eclipsar a las demás opciones y sumirlas a sus ojos en la irrelevancia. Y ahí se queda, en lo alto de un castillo edificado con los ciegos disfrutes de la autocontemplación, sustentado por una bomba de propulsión que emana de la propia repetición de su seguro acierto. 

¿Hasta cuando? 
En lo que llevo de vida no he conocido pasión que pueda perdurar eternamente. Si tengo que señalar los motivos, diría que es una combinación de dos soluciones de continuidad. 

La primera: no hay pasión que se revierta de tal atractivo que sea inagotable. Existen campos de fecundidad tan amplios en sus recovecos que son inabarcables para nuestra mente, donde el individuo puede encontrar gozo y satisfacción al disfrutar de cada una de sus ramificaciones. Sin embargo, el atractivo que despierte no se mide en laberintos, sino más bien en una línea que se extiende hasta que no da más de sí y se comba. Llámese cansancio, hartazgo o desinterés lo que delimita su final. La rueda pierde inercia, el movimiento ya no agita el cuerpo con el dinamismo de sus mejores clímax. Es aquí cuando todo ser viviente piensa que es mejor bajarse de la nave y cambiar el transporte, mejor algo nuevo antes de quedarse varado en la nada.

Y la segunda razón, seguramente la vida es un intervalo demasiado breve para vivir siempre de la misma forma. El tiempo es un extraño intangible: podemos registrarlo con calendarios y relojes, pero nada lo mide tan bien como la presión que ejerce sobre nuestros hombros. Se lleva de forma cíclica la parte más superficial de nuestra rutina, erosiona con lentitud puntual todo cuanto nos conforma. De alguna forma, el tiempo nos recuerda que no nos espera nunca, y es una reacción muy natural querer recibirlo siempre con un ánimo distinto, como el que sorprende un poco más cada día a su pareja. Preferimos renovarnos a morir - aunque vaya a tocarnos igual - porque es una forma de tener varias vidas antes de una sola muerte, esta galería de disfraces de nosotros mismos es lo más inmortal que vamos a experimentar. 

Vivan intensamente sus pasiones de temporada, pero con más intensidad si cabe su apasionada temporalidad.



martes, 28 de noviembre de 2017

Mi imparable ejército de juguetes

Como cuando algo te sale bien.
Es parecido a recogerme en tu cálido abrazo,
encontrar del faro de tu sonrisa entre tu aliento
y empañarme con el fondo de espejo de tus ojos.
Querida... No hablo hoy de ti.

Hablo de cuando algo sale muy bien.
También lo veo en las esquinas diarias.
Es lenta, puede ser casi invisible.
Flota como la sinuosa pausa
que incómoda precede al aplauso.

Toma sitio frente a la sorpresa.
Y activa el resorte, oculto.
Destapa la incontenible fiera alegre.
La llevamos tan adentro que olvidamos.

Esto va dedicado a todos vosotros:
¡mi imparable ejército de juguetes!
No habrá marea que suba o baje
cuando uno tiene sueños que flotan.
Tomáis posiciones ante la miopía de quienes
creen observar mejor que nadie.

Os divertís ante los crecidas estrategas,
quienes saben luchar mucho,
pero nada de disfrutar.
Sois cigarras que ahorran para el verano.


sábado, 11 de noviembre de 2017

Encuentre su salida

Me encontré la invitación para el Día de Muertos en mi buzón.

Un extraño sobre, de color negro como la obsidiana, tenía mi nombre sobre letras afiladas blancas en contraste con el fondo oscuro. Dentro:

Encuentre su salida.
Venga hoy a las 00:00, Noche de Muertos
Calle Xalampa, 2, Ciudad de México

Reconozco que, más que el misterio de la carta, me llamó el ansia de presumir sobre su contenido. Ahorrarme la insustancial fiesta de Día de Muertos de mi oficina ya entraba en mis planes, pero poder contar el lunes siguiente que había asistido a una enigmática y exclusiva fiesta resultaba una buena oferta para reemplazar mi noche ociosa.

Media hora antes de medianoche, paseaba por la calle Xalampa. Un amplio terreno de huertas se escondía entre la oscuridad. En esa opaca noche no podía ver qué se cultivaba, aunque parecían arbustos podados con buen sentido geométrico. Pocos metros más allá una finca de dos plantas se distinguía por una tenue luz que salía detrás de sus cortinas. La puerta ya estaba abierta, una luz dispersa como la niebla llegaba desde una habitación al fondo de un pasillo.

Nada, ni un ruido, ni una bienvenida. Ni un atisbo de presencia.

 Allí estaba ese salón vacío. La luz emergía de un gran cirio color sangre, situado en medio de una mesa de roble larga y tan vacía como la docena de sillas que esperaban en torno a ella. Algo que parecía un espejo estaba al fondo, cubierto con una sábana.

- ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

Nada, ni el eco me contestó. La ausencia lo llenaba todo.

Me senté, dispuesto a esperar no se sabe por cuánto tiempo. Quizás el susto estuviese por llegar. Revolvía la capa de polvo de la mesa para pasar los minutos que marcaba un vetusto reloj de pared, que parecía moverse más por milagro que por inercia. Desde la ventana rota, con un marco de cortinas desgarradas, podía vigilar parte del huerto silencioso. Algo de viento entraba por las grietas, haciendo bailar a las cortinas y a la sábana sobre el espejo.

La luna me miraba sin inquietarse, como quien escucha una respuesta que no llega. México es tierra de esperanza, hecha para quien espera. En las agujas del reloj de la habitación, me fijé en el minuto escaso que quedaba para las doce. Volví la mirada.

La sábana estaba tirada sobre el suelo. Ensangrentada.

Pude ver el espejo desnudo.

No era yo. Ese reflejo no era yo. Lo juro.

La mesa estaba vacía, pero en el reflejo el banquete estaba repleto. Todo tipo de viandas, repartidas en grandes platos, acompañadas de grandes copas servidas de vino. Un gran festín, propio de otra época. Y a su alrededor, todos ellos. Mujeres, hombres, niños. Se parecían entre ellos, una gran familia mexicana. Disfrazados burdamente de calaveras, con pintura corrida sobre sus caras. Riendo, comiendo, levantando la copa o cantando a coro. Festejando la Noche de Muertos.

Nada. Yo estaba solo en esa mesa. Tal y como era cuando había entrado.

Y a la vez veía la fiesta a través del espejo. Ni que yo fuera Alicia.

Me busqué en la fiesta reflejada. Me encontré. Y eso me heló la sangre.

En mi silla, donde debería estar yo… Había una figura muy delgada y blanca. Apenas se movía, no dejaba de mirarme fijamente desde sus cuencas de ojos vacías y profundas. Caí en la cuenta de por qué tenía ese aspecto. Las calaveras de la familia eran coloridas, pero mal pintadas. Donde yo estaba había un cráneo de marfil, color hueso auténtico. Una calavera de verdad unida a un esqueleto  igual de macabro.

Grité. Y las mandíbulas de ese cráneo se abrieron. Dentro no había lengua ni encías, nada más que dientes.

Me eché para atrás en la silla, y ese esqueleto se movía igual. Me imitaba.
Me giré hacia la salida. La luz de la luna era más intensa aún, y conseguí ver qué se cultivaba en el huerto exterior, aquellos extraños arbustos. Aquello no eran cultivos…

Eran lápidas.

Volví a horrorizarme, y aquel saco de huesos del espejo reaccionó conmigo. No podía ser…

Y de repente, la llama de la única vela palideció, a merced de la corriente de aire que llegaba desde la ventana. Los colores azulados y amarillos del pequeño fuego bailaban y se hacían cada vez más tenues… Me acerqué a la vela, me abalancé sobre ella, tratando de poner mi cuerpo en medio para cortar la corriente. También el esqueleto se agitó al otro lado de la realidad, tumbándose sobre la mesa. Con mis manos protegía la débil luz para que el viento no la extinguiese… Entre las falanges del hombre sin vida se podía ver una mota de luz brillante que cada vez era más pequeño. Pese a que ya no había aire que rozase la vela directamente, el minúsculo punto luminoso se disolvía en humo, desapareciendo entre la cera... 


Y se apagó.



jueves, 9 de noviembre de 2017

Salvar vidas con la ciencia: Ensayos clínicos

El martes 7 de noviembre tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes un evento sobre ensayos clínicos: se titulaba La Investigación se quita la bata. La cara más humana de los ensayos clínicos, organizado por la Fundación MÁS QUE IDEAS. Esta actividad se encuadraba dentro de la oferta de iniciativas de la Semana de la Ciencia de Madrid 2017.


¿Qué es un ensayo clínico? Una investigación donde se evalúa la eficacia y seguridad de un nuevo fármaco en seres humanos, de cara a comprobar si se puede aplicar con éxito de una forma más extendida en los pacientes. Consiste en una pequeña muestra de personas - sanas o con la enfermedad, en función de la fase del ensayo clínico concreto - donde se prueba el nuevo medicamento y se evalúan tanto los posibles riesgos como los beneficios del tratamiento. Además de adentrarnos en este proceso, la charla ponía énfasis en la solidaridad de todas las personas que se involucran en un ensayo clínico.

Cuando por los ventanales del Círculo se podía comprobar como caía la tarde, comenzaba el acto con la sala prácticamente llena. Tras una breve presentación de la Fundación y del programa de la jornada, la periodista Adriana Moruelos (Cadena SER) realizó una entrevista de veinte minutos a dos pacientes participantes de ensayos clínicos: Jorge en melanoma, e Isabel en esclerosis múltiple. Con una gran humanidad e humildad ambos confesaron que ni habían dudado en participar en un ensayo clinico cuando se les ofreció la oportunidad, tanto para poder beneficiarse ellos como para permitir el avance de la ciencia en la lucha contra la enfermedad. Charlaban con tranquilidad sobre cómo convivir con la enfermedad y agradecían profundamente la amabilidad y el trato con el que el personal médico e investigador les trataban durante todo el proceso.


A continuación tuvo lugar un coloquio, moderado el presidente de la Fundación MÁS QUE IDEAS, Diego Villalón. Estaban presentes: Miguel Calero, un investigador del CIEN; Carmen Doadrio, una integrante de la AEMPS; Adela, una participante en un ensayo clínico de cáncer de mama y Julián Isla, el presidente de la Fundación 29 y director de la Fundación Europea de Síndrome de Dravet. Respondieron tanto a preguntas que planteaba Diego como a inquietudes que puso sobre la mesa el público. Muchas de ellas preguntaban sobre la estructura del ensayo clínico, sobre cómo participar en ellos o acerca de las garantías que ofrecen. El perfil multidisciplinar de los invitados permitía conocer las respuestas desde el punto de vista de los reguladores, desde la investigación y desde los propios pacientes de los ensayos. Cuestiones como la excesiva formalidad del consentimiento informado o los requisitos de los pacientes fueron discutidas por Carmen, Adela y Miguel. Julián nos habló sobre la problemática de los medicamentos destinados a las enfermedades raras y de la importancia de seguir invirtiendo en ellos. 


Era la primera vez que tomaba contacto con la Fundación MÁS QUE IDEAS, y debo decir que el resultado me ha impactado muy positivamente. Han realizado una gran labor explicando al público general el enorme trabajo que hay detrás de los ensayos clínicos desde el punto de vista de los pacientes y sus profesionales, y han hablado sin complejos sobre su realidad. También han aportado una gran dosis de valores personales cimentados en el altruismo y la solidaridad de los pacientes en el sistema de salud. Les agradezco enormemente la iniciativa. 



Fotografías del evento obtenidas de la página de Facebook de la Fundación MÁS QUE IDEAS

sábado, 7 de octubre de 2017

Descúbreme

Descúbreme primero.
Ante todo, mírame sin complejos.
Verás mucha apariencia para dar empaque,
el eco perpetrando el propio silencio,
algún brillo que de cerca es vítreo,
tuerto orgullo a modo de parche.

Descúbreme primero.
Soy todo endeble a tu análisis perforante.
Hallas recuerdos que cuelgan inermes:
Infancia feliz como la de todos,
retorcidas colisiones contra lo real,
líquido carmesí ya denso de mentiras,
supurando amores que me superaron,
trabajando sin valía ni valor;
el aire entrando a cada suspiro.

Descúbreme primero.
Sé brusca, soy impaciente.
Desnúdame de trapo vano.
Sí.
Para tu sorpresa,
hay espuma desprovista de sueños
relleno mal cosido que la nada retiene.

Descúbreme primero.
Y cuando hayas visto que nada en mí sirve,
te ruego desecha sin piedad mis ruinas,
aparta todo hasta que el vacío se imponga.

Descúbreme ahora.
Para vestirme de nuevo y nacer.
Quiero tener forma rítmica,
donde mi piel sea un fractal de lana
que encierre un filtro adulterado
de inocencia que nunca marchitó.
Añade en mí la edad de una larva
y como propósito un columpio.
No me enseñes a hablar,
vivía mejor leyendo las miradas.

Descúbreme por fin.
Cántame tres partituras de tarareos para el viaje.
Abre y contrae tu carne como un fuelle.
Deprisa, despídete de mí. 
Y lánzame a morir de nuevo la vida.

martes, 15 de agosto de 2017

Reencontrarse

"Cuando uno abandona sus costumbres, se reencuentra a sí mismo"
                                                                                                                        Stefan Zweig, Clarissa

No es sólo la monotonía que conduce al letargo más absoluto. Lo que también encierra la rutina, por extraño que parezca, es el desapego a uno mismo. Uno se encuentra con un horario a repetir, más o menos encerrado en las mismas tareas que de tan diarias se convierten en automáticas, de esas que se hacen sin pensar casi, como por supervivencia. Y los días acaban siendo eso, un tedio que se soporta como unas paredes aguantan el peso del techo, casi por diseño más que por voluntad. Entre todas las horas, que asfixian de forma silenciosa y acaban absorbiendo por su vacuidad intrínseca, uno puede correr el peligro de sentirse igual de incompleto que lo cotidiano de su existencia. 

Todo puede retarse a ser cambiado. Por ejemplo, con una escapada o unas vacaciones. A ser posible, no quedándose en casa y yendo a otro lugar que le fuerce a uno a vivir empezando de cero. Así las rutinas se ven desplomadas, desvanecidas. No porque no haya que dejar de hacer las mismas tareas, al fin y al cabo hay que comer y dormir, pero ya existe una obligatoriedad de hacerlo de un modo distinto.

Esta imposición acaba forzando a uno a pensar hasta en lo más básico, a ser más original que de costumbre a como era entre los témpanos de hielo de la rutina, a resolver las demandas de una forma novedosa. Y de lo más sencillo se acaba impregnando lo más elevado y lento, cuando uno se detiene su cerebro se reencuentra consigo mismo, aquel al que creyó olvidado en la marejada de las horas. Se reconoce, se pregunta qué tal, se recuerda cómo se era y se compara con lo que se ha convertido, se compromete en seguir su propia construcción. Así obra el rescate de uno mismo de la enredadera de la nada, y cómo uno se acoge con calidez y vuelve a ser el que era, con toda la fuerza renovada. Volverá a hacer todo con energía. Y lo mejor es que de ahí surgen con facilidad nuevos planteamientos sin estorbo. El atractivo de la trascendencia, no contento con haberlo devuelto a su sitio, le invitará a ir bastante más allá.



sábado, 15 de julio de 2017

¿Por qué leer una historia inconclusa?

Resultado de imagen de clarissa zweigComo siempre me ha gustado mucho Stefan Zweig, encargué su última novela en la librería antes de haber leído una mínima opinión sobre ella. Se llama Clarissa y viene en estas ediciones tan cuidadas de la editorial Acantilado, que ya ha sacado a los estantes la gran mayoría de la obra del autor austriaco. (Mi reseña sobre Clarissa)

Antes de comenzar a leerla, cuando llegaron a mí los primeros comentarios sobre la novela, me dijeron que se trataba de una historia que no estaba terminada. No que poseyera un final abierto a la interpretación del lector, no era eso, sino que claramente esta novela estaba inconclusa. En ese momento me arrepentí un poco de la compra. Pese a lo mucho que me gusta el estilo de Zweig y sus temáticas, leer una novela no terminada es un reto extraño para un lector ordenado como lo soy yo. Además, en la contraportada de Clarissa no se hacía referencia a este hecho, lo que quizás puede hacer a alguien sentirse engañado después de la compra. ¿Qué se puede imaginar un espectador de cine ante una película que se termina de repente? 

Decidí afrontar el reto como si se tratase de una lectura única, diferente. Sabiendo que me encontraba ante una historia y unos personajes que de forma anunciada me iban a dejar a medias, la sensación de leer se ha convertido en algo diferente. Para cualquiera que pruebe esta novela, verá que claramente hay un momento donde se deja de avanzar y la historia podría haber dado mucho más de sí. En unas pocas sesiones de lectura, tras meterme de lleno en las situaciones de la protagonista, llegué a ese punto. 

Alguno podría decir que es el momento de echar mano de la imaginación, y figurarse que vendría después. No fue mi caso. Para mí esa novela, en la mente del escritor, tiene un final que no se ha plasmado en el libro. Es como sí de la novela sólo hubiera tenido ocasión de leer las primeras 200 páginas y las otras tantas siguientes fuesen páginas en blanco, una detrás de otra, hasta el final. Esta experiencia me permite poner mucho más en valor las páginas que sí que he tenido oportunidad de leer, he estado muchísimo más pendiente del inicio y del desarrollo temprano de los acontecimientos, y de cómo ellos desembocaban en el nudo de la historia. Se ponen así en valor los temores y la inexperiencia de todo protagonista en periodo de crecimiento, sus primeros amores y amistades... sin saber ni interesar cómo acabarán. Por último, deja un poso más duradero el saber que disfrutamos de una acción la prisa de un final, que se desarrolla a su ritmo sin un horizonte claro, desplegando un enorme mapa de posibilidades que queda fosilizado de repente, sin ser recogido.

Una experiencia atípica, para nada un error. 
Nunca antes un libro me había enseñado a saborear tanto un inicio.


miércoles, 12 de julio de 2017

Orange


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Orange es un manga que ha causado muchas sorpresas positivas desde su primera aparición en 2012 y hasta concluir su línea argumental oficial a finales de 2015. Se trata inequívocamente de un shōjo - una tipología de manga orientado al público adolescente femenino, frecuentemente centrado en las relaciones entre los personajes y el amor - que ha logrado trascender sus arquetipos incluyendo un elemento de ciencia ficción muy bien hilado. Recientemente ha contado con varias adaptaciones: un anime, una serie de imagen real, una película y algunos añadidos que complementan la historia original del manga.

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Orange cuenta la historia de seis estudiantes de bachillerato. La protagonista es Naho Takamiya, de 16 años, quien recibe un día una extensa carta de su yo futuro de dentro de 10 años. La Naho del futuro le cuenta que hay unas cuantas cosas de su pasado de las cuales se arrepiente y le gustaría que su yo del pasado corrigiera. Ese mismo día llega a la clase de Naho y sus amigos un chico nuevo, Kakeru Naruse. Las cartas de la Naho futura hablan mucho sobre Kakeru y de la importancia de tratarle bien, ya que, como se desvela pronto en el argumento, Kakeru se suicida ese mismo año, y entre el grupo de los cinco amigos restantes prevalece la idea de que podrían haber hecho mucho más para salvarle cuando estuvieron con él en el colegio.

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La Naho de 26 años ha descrito con mucho detalle qué va ocurriendo en los días de hace 10 años, de forma que la Naho del pasado puede leer qué tiene lugar en relación a Kakeru y qué debe hacer día a día para evitar que el nuevo estudiante se siga sintiendo triste. La historia potencia de forma principal dos aspectos: el amor, que nace y crece tímidamente en el corazón de Naho, y la ayuda, siempre con el horizonte claro pero con los pasos a veces desdibujado. Se incide varias veces en que conocer el futuro puede no ser suficiente para cambiarlo y, para los amantes de la ciencia ficción, la teoría de los universos paralelos despliega todas sus posibilidades de cara a comparar qué va ocurriendo en el pasado y en el futuro de los personajes.

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¿Qué he encontrado de especial en Orange?
- Un canto a la amistad: Si bien Orange pasa demasiadas páginas centrado en el amor, resulta complicado estimar en qué medida prevalece en la trama el romance frente al compañerismo. Los cinco amigos del futuro dan esa sensación de que la amistad puede fortalecerse eternamente, y en todo momento unos están pendientes de otros, aportando además el buen humor que sólo puede provenir de la fuerza de los verdaderos lazos de la amistad.
- Sus magníficos personajes: No sólo Naho y Kakeru, sino todo el grupo está muy bien diseñado. Suwa alcanza un gran papel al desempeñar el tercer vértice del triángulo amoroso, y resulta muy conmovedor ver cómo actúa pensando en el bien de los demás. La parlanchina Azu y la más temperamental Taka son las buenas amigas que aportan armonía al grupo, y Hagita es el algo más introvertido compañero que resulta imprescindible en el grupo.
- El suicidio como trasfondo: Parece duro siquiera mencionarlo, pero sin ser demasiado morboso, Orange trata sobre las razones que pueden llevar a alguien a quitarse la vida y sobre qué se puede hacer para comprender y evitar esa situación desde una perspectiva externa. La historia alcanza un toque dramático muy potente en su recta final, dando al lector mucho pie a pensar profundamente sobre esta lacra.
- Un shōjo atípico: Hasta las más fanáticas del shōjo reconocerán que es difícil encontrar algo en la temática que se salga del prototipo de historia de amor. En ese sentido Orange no es una excepción, ni siquiera en la forma en la que los sentimientos evolucionan tan lentamente para muchos lectores. Sí que logra hacerse un potente hueco entre el público por la profunda historia sobre viajes en el tiempo que lleva detrás y que, sin duda, atrae a lectores de otra naturaleza. Orange plantea las incógnitas necesarias para construir una historia de la que todos queremos saber el final.
- El dibujo y la edición: Una de las razones que llevará Orange a tus manos, aún sin conocerlo, es su estilo. Las portadas son, sin duda alguna, las más bellas que se han visto en un manga en varias décadas. Eso por no hablar del dibujo que durante toda la historia tiene una notable fuerza para imprimir las emociones más palpables a todos sus personajes. La editorial Tomodomo en España ha cuidado al máximo los detalles gráficos, tanto en el diseño de los tomos como a la hora de ofrecer postales a olor y un cofre para guardar los 5 tomos de la serie.

Definitivamente, una historia equilibrada y hermosa a la que merece la pena prestar detallada atención.

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jueves, 6 de abril de 2017

No pasa el tiempo

Es misterioso ver como el tiempo no pasa por quienes conocemos. O sí que pasa, pero se normaliza su paso, tal y como deja de sorprender que un río fluya y nunca se esté quieto. 

Me fijo en ellas, en ellas que crecieron conmigo de forma paralela o a ratos entrelazada. En su piel que antes era tersa y ahora empieza a estar recorrida por arrugas de desconocidos tractores que labraron su tierra fértil. Y parecen no importar, y si importan y uno las mira no ve nada desconocido, asimila de forma inconsciente lo que siempre estuvo allí latente y un día apareció, no parece raro. Sigue siendo la misma, dice, cuando el intervalo de juventud se vuelve cero al mirar una foto de hace años, la misma cara sin años como si fuera intacta. Si surge una cana, siempre estuvo allí, como no haberla visto antes cuando no teníamos trabajo y nos sobraba el tiempo libre, en qué poco nos fijábamos. 

Uno la ve y piensa que ya parece madre, como si se llevara ser madre en secreto, como un plan deliberado y sin hijos aún. "Cómo puede ser madre alguien que no dejó de ser niña" es un pensamiento que nunca ocurre en uno, como si desafiara a las leyes de la física, siempre fue perfectamente normal y esperable. De repente, aunque no es tan rápido, el vientre se hincha y las facciones cambian, comienza a ser más un temor que una sospecha, más algo tangible que una idea. A sus ojos es la misma, siempre la que nunca dejó de adornar el presente llevándose al armario los recuerdos. 

Y de la misma forma a uno siempre le pareció que desde el primer día sería así, que cuando sujetaba el vaso en esa discoteca a la que casi no tenía edad de entrar, ve que le sobrevendrían la edad y la maternidad, quizás el destino pensara en ello por encima de esas cabezas atolondradas que intentaban vivir al margen de lo inevitable. 

Quizás el tiempo sólo pase para aquél al que de verdad le importa y se pare a pensar, se interponga a detener un tren que nadie ve y a nadie incumbe. Siempre fue así a tus ojos y a los de los demás, incluso a esos ojos mismos que eran más jóvenes y veían a las mismas personas.