Aunque no se siga hablando mucho sobre ella en los medios, la tragedia de la fábrica de Dacca en Bangladesh es difícil de olvidar. Más de 1.000 personas fallecieron por el derrumbe de un edificio en pésimas condiciones donde los trabajadores en una situación más allá de lo precario intentaban ganar un mísero sueldo a expensas de las maquinaciones de las marcas textiles de otros países desarrollados.
La dimensión de la tragedia encendió la ira de muchos colectivos, tanto en Bangladesh como fuera de sus fronteras. Las entrañables firmas que por un lado nos sorprenden con sus estilos y sus ingeniosos anuncios son las que intentan obtener los máximos beneficios comerciales explotando a unos pobres ciudadanos al otro lado del globo, sin preocuparse lo más mínimo por sus condiciones de vida. Es alarmante.
Muchos recordarán el famoso documental de Naomi Klein donde se desvelaban cómo estas sweatshops estaban organizadas para mantener a los trabajadores durante 16 horas o más al día produciendo prendas sin parar, sin ningún derecho laboral y ganando una miseria. Lo triste es que son incontables las personas que malviven bajo ese infierno durante el tiempo que leéis estas líneas.
¿Cuál es la solución? Es también desesperante pensar que somos nosotros los que ponemos en marcha ese mecanismo al comprar la ropa más barata que encontramos en las tiendas. Es responsabilidad nuestra, como consumidores que somos, preocuparnos por esta dimensión social que hay detrás de la ropa y de otros productos que adquirimos. Deberíamos obligar de alguna forma a las grandes empresas a no crear situaciones de esclavización de los trabajadores para ofrecernos los productos que compramos.
No comprar es una opción. Pero hay otra mucho más sencilla de aplicar: según Asia Floor Wage Alliance, si incrementásemos en 25 céntimos el valor de cada prenda a la hora de salir a la venta en nuestros países, estaríamos asegurando que el salario de un trabajador pueda garantizar la sostenibilidad de una familia en la India.
Sólo por unos céntimos más que pagaríamos gustosos, y más aún si en la prenda que compramos una etiqueta nos recordara y asegurara que "comprando esta prenda hacemos posible que un trabajador cobre un sueldo que le permita vivir con dignidad". Ese ligero aumento del precio iría a parar directamente a la precarizada mano de obra cuyas cabezas están expuestas a diario a sufrir otra tragedia como la de Bangladesh. Y a las marcas hasta les vendría bien lucir un poco de ética de cara a los consumidores.
Si nos cuesta tan poco arreglar esta situación tan penosa... ¿a qué esperamos?
Yo creo en otras acciones. Yo creo que tienen razón aquellos que se niegan a comprar ropa de marca, o que compran poca ropa, la justa para ir medio decente. Si todos nos negáramos a seguir la moda todo sería de otra manera. Pero el personal es tan estúpido que lo hace. Y hasta puede que, sin quererlo, yo también.
ResponderEliminarRazón no te falta Jesús, pero... ¿hasta qué punto sabemos hasta dónde llegan las marcas que consumimos habitualmente? Yo también pienso que la acción de todos sería efectiva, pero todos, son siempre muchos.
EliminarGracias.