El otro día estaba viendo una entrevista al periodista Jose María Calleja y hubo un comentario suyo que me pareció realmente acertado. Dijo que "somos un país muy aficionado a poner etiquetas". Si alguien quiere ver la entrevista completa, aunque es un poco larga, es de sobra interesante, aquí dejo el link:
Realmente considero que tiene razón, y es un concepto aplicable a muchos ámbito: aunque pondré la política como ejemplo, podríamos hablar de fútbol, religiones, derechos y un largo etcétera. Y es ubicuo: es algo que ocurre desde los grandes debates televisivos ante las humildes pero no menos dignas charlas de café con los amigos.
Decir también que su efecto es casi inmediato, y da igual que estés entre conocidos o desconocidos, su efecto es inmediato y bastante permanente. En estas conversaciones sobre el ámbito político-social, realmente importan poco los argumentos a blandir: las personas asistentes y las espectadoras ya están atentos a ver cuándo pueden ponerle a uno la etiqueta. Esto se resume a ver cuándo uno habla sobre una opinión concreta que podemos encajar en nuestro molde mental de etiquetas perfectamente clasificadas e identificadas.
A partir de entonces ya nos importará más o menos lo que el sujeto tenga que decir, yo ya creo saber de que va y eso me permite posicionarme a favor y en contra de él.
Seguro que os ha pasado, no podéis negarlo, seguro que inconscientemente lo habéis hecho. Uno está viendo un debate y uno dice: "Pues yo creo que nuestro territorio debería tener más autonomía" Tu mente automáticamente coge la etiqueta que pone "nacionalista", se la pone y oye, le queda muy bien. Pues si tú también eres nacionalista, vas a estar de su parte y vas a poner especial atención a lo que él diga y al resto le vas a hacer menos caso. O al revés: dirás "vaya imbécil", y ya no le escuchas más. Aquí, aunque no te lo parezca, el debate para ti ya no tiene ningún sentido: podrías apagar la tele e invertir esa hora en algo más provechoso. Hay muchas etiquetas que uno tiene en su mente: "fanatista católico", "culé", "rojo", "facha", "antiabortista"... que en realidad lo que hacen es diluir demasiado la naturaleza de la persona.
No hay ningún problema cuando esos que debaten son representantes políticos, al fin y al cabo la etiqueta la llevan en la frente y es su trabajo. Pero perdemos mucho cuando valoramos así a periodistas, gente del público... y no digamos ya amigos o familiares. Los clasificamos igual que a todos, y no tenemos en cuenta que las personas, como personas que son, simplemente tienen una opinión y la expresan libremente. Que igual la etiqueta no es representativa de la persona en su conjunto y de todas sus opiniones, o todavía peor: esas etiquetas tienen un color tan chillón, tan fosforito, que no nos dejan ver a la persona.
Propongo hacer un esfuerzo para librarnos de las etiquetas en el día a día, de hacer un mundo menos repleto de etiquetas (¿serán las etiquetas producto del consumismo exacerbado?) y para así construir un mundo donde valoremos a cada uno por la originalidad de su pensamiento. Cada uno tiene su opinión y la forma de argumentación enriquece a la sociedad. Reflotemos la pluralidad, respeto y el saber escuchar.
No cuesta tanto.
A veces puede parecer que llevas colgando una etiqueta desde el momento en que sales de casa, y empieza por la forma de vestir, y cuando abres la boca para saludar, parece que solo por como saludas miles de rayos x te empiezan a atravesar, y de ahí en adelante. Lo que me he dado cuenta es de que parece que solo este fenomeno solo sucede aquí, pero no es cierto, sales al extranjero, y las etiquetas continuan, y como solo se conoce lo malo, todavía son peores las etiquetas a las que te someten.
ResponderEliminarMuy acertado el tema!
un kiss
Rocío
pasate por mi blog!! te he dejado un premio!!
ResponderEliminarun kiss
Rocío
http://elclosetderocio.blogspot.com.es/2012/11/tres-premios.html
Me han parecido unas observaciones muy correctas, sí señor.
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