El otro día estuve repasando una definición para libertad en Filosofía. Definía la libertad como la posibilidad del ser humano de elegir, aceptar e iniciar vínculos.
Esto puede resultar difícil de comprender al principio y hasta casi paradójico: ¿la libertad no es lo contrario del compromiso? ¿Cómo puede ser uno libre si se compromete a realizar algo, si se esclaviza en una decisión?
Sin embargo, tiene mucho sentido. Uno es libre para elegir, pero... ¿para elegir qué?
La libertad se completa cuando se plasma en una elección en la que se cree y en la que se pone esfuerzo por mantener, por reforzar un vínculo que se ha elegido libremente con sus consecuencias. La libertad se ejerce día a día en todos los ámbitos y no por ello nos resta autonomía: se pone en marcha desde cuando compramos algo hasta cuando elegimos con quien pasar la siguiente hora tomando un café. De hecho, romper con un compromiso es también aceptar otro vínculo (el de romperlo). Lo importante es que cuando uno es libre para elegir, iniciar y aceptar el futuro, lo hace mediante la autonomía propia del ser humano y en base a las consecuencias que él sabe que se va a encontrar más adelante, pero que ha decido aceptar.
La libertad se completa cuando se plasma en una elección en la que se cree y en la que se pone esfuerzo por mantener, por reforzar un vínculo que se ha elegido libremente con sus consecuencias. La libertad se ejerce día a día en todos los ámbitos y no por ello nos resta autonomía: se pone en marcha desde cuando compramos algo hasta cuando elegimos con quien pasar la siguiente hora tomando un café. De hecho, romper con un compromiso es también aceptar otro vínculo (el de romperlo). Lo importante es que cuando uno es libre para elegir, iniciar y aceptar el futuro, lo hace mediante la autonomía propia del ser humano y en base a las consecuencias que él sabe que se va a encontrar más adelante, pero que ha decido aceptar.
Todo esto me lleva a aplicar la definición al sentido de la democracia que tenemos hoy en día. Nadie puede poner en duda que la posibilidad de votar distintas alternativas es un signo de libertad para el ciudadano.
Si no sabemos lo que hay al otro lado del vínculo que establecemos, no hay libertad. Si nos comprometemos a algo que no sabemos qué va a ser, no hay libertad. Si yo elijo una alternativa de entre otras 200 pero no sé a ciencia cierta que hay detrás de ninguna, no hay libertad. Simplificando mucho: si me dan a elegir pero me vendan los ojos, no soy libre.
Es así de simple. Por eso esto que vivimos lo podemos llamar como queramos pero, ahora mismo, no es libertad ni es auténtica democracia.
Es así de simple. Por eso esto que vivimos lo podemos llamar como queramos pero, ahora mismo, no es libertad ni es auténtica democracia.
Me ha gustado mucho el post, me ha dado mucho que pensar.
ResponderEliminar¡Un saludo!
¡Hola Sara!
EliminarMe alegra que me digas eso, espero que te inspires y nos des nuevos posts maravillosos en tu blog.
¡Saludos!
No. Sin leer el resto de la entrada, sólo con el título, te digo que no. ¿Tenemos acaso libertad para elegir a quien realmente queremos que nos gobierne? Pues eso.
ResponderEliminarGracias por confirmar mis palabras, ya leída la entrada n_n
Me gusta que hayas contestado a priori y luego te haya gustado el resultado. Me alegra haber predicho el resultado y que lo hayas encontrado estimulante. ¡Coincidimos en la reflexión!
Eliminar¡Un saludo!