Con la gran repercusión en los medios que ha tenido, todo el mundo ha podido enterarse no sólo del planteamiento sino de muchos jugosos detalles que han derivado de la manifestación "Rodea el Congreso" del 25-S, una manifestación convocada en principio de forma pacífica y democrática por parte de la ciudadanía para demostrar a los diputados el descontento social derivado de los recortes que destrozan vidas a diario y de un gobierno mentiroso que está en manos de unos mercados de los que ni quiere ni puede escaparse.
La manifestación llevaba tiempo haciendo falta, era necesario juntar a un gran número de personas, como a los que acamparon en la Puerta del Sol hace ya más de un año, para provocar que el gobierno vuelva su cara hacia una ciudadanía con la que ve que pierde los nexos, de la que no sólo debe valer que voten cada 4 años.
Sin duda, eso lo han visto.
Sin embargo, las autoridades decidieron aliñar la fiesta con policía suficiente para parar un tren. Así es como este evento ha quedado tapado por algo mucho peor: un espectáculo de violencia desmedida.
No nos debe sorprender, ni mucho menos a la policía, que en toda manifestación que se convoca con buena intención haya algunos individuos aficionados a liarla y que no siguen el objetivo de la mayoría, pero ocurre. Es algo inevitable cuando el número de manifestantes es tan grande. También hay siempre algún porrazo más fuerte que otro, o incluso algún policía herido. Hasta ahí vale.
Lo que la policía debe justificar ahora son varios actos. El primero y más flagrante, es que los agentes, por orden superior, se tapen la identificación que deben portar para que, en caso de agresiones desmedidas, puedan ser denunciados. Esto no es la primera vez que pasa (remito a cómo se disolvió la manifestación del 15-M en Cataluña hará poco más de un año, con imágenes que nos enfríaron la sangre a todos. Y ellos sin identificar). Esto es un delito por parte de las autoridades competentes que debe ser explicado y subsanado de inmediato.
Otro hecho muy importante es que, en esta manifestación, la policía había delimitado un perímetro alrededor del Congreso para impedir el acceso al Congreso. Eso es lo que los organizadores de la manifestación estaban dispuestos a respetar. Hasta que se armó el revuelo y se formó un tinglado sin orden ni concierto. Un número pequeño de manifestantes (que por sorpresa, algunos de ellos resultarían ser más tarde policías infiltrados con capucha) empezó la revuelta al transgredir los límites. Pero aquí es donde la policía pierde la cabeza y decide pasar los límites establecidos anteriormente a la hora de buscar villanos. Todo se convierte en una revuelta violenta, con la prensa corriendo por su vida por en medio, con heridos injustificados y algunos de gravedad... Pero vamos a ver... había más de 1.300 agentes, contra según sus fuentes 6.000 manifestantes, una proporción muy equilibrada para este tipo de encuentros. Estos señores agentes, ¿no saben hacer bien su trabajo? Su trabajo debería ser disolver la manifestación si traspasa lo acordado, o detener a aquellos sujetos que se pongan violentos, que no serán muchos y hay policías de sobra para aplacarlos.
Yo entiendo que la situación en el momento es difícil, ¿pero da derecho eso a ir contra todos en cuanto salta la mecha?
Y ahora viene el pecado mortal, cuando la naturaleza de la función policial se corrompe como el óxido. La policía deja de guardar la ley y parece que va a divertirse. Todos hemos visto esas imágenes de un camarero que ha resguardado a algunos manifestantes y ha impedido mediante duras palabras a los agentes entrar en su bar, donde aquello hubiera podido ser una masacre. Y hemos visto con otra cámara cómo la policía andaba armada y con ganas en el metro, donde no había nada que disolver.
¿En un bar? ¿En el metro? ¿Se puede justificar esto?
No quiero conjeturar demasiado, porque hay algo que se me revuelve por dentro, me molesta y no me deja razonar. Me miro por dentro y veo que algo ha cambiado. La conciencia la tengo en el sitio de siempre, pero ahora brilla menos de lo normal.
Voy a apagar la luz, a ver si así la veo mejor. Me sentaré con ella a escucharme qué tiene que decirme.
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