martes, 30 de abril de 2013

6.202.700

Hala, así sueltan el número, como diciéndonos, "es lo que hay".

Parece que a los que están arriba no les afecta mucho. Al fin y cabo, ellos se mueven entre números grandes, ¿se me entiende? El déficit, el PIB... todo se mide en cifras escandalosas. Digamos que están acostumbrados, incluso anestesiados, ante las grandes cifras monstruosas. Una cifra más en el cuaderno, eso es lo que será para ellos. "Ahora que es, ¿desempleo? Dámelo que ya lo sellaremos"

A nosotros, los de abajo, nos parece demencial. No solo la cifra obscena, también ese comportamiento por parte de los que proclaman la Primitiva del empleo y en la cual el premio gordo nos toca siempre a nosotros. 

Y es que 6.202.700 personas son una locura. Pero no las pongamos todas juntas, porque los números tienen esa falsa dimensión de aglutinar realidades hasta que parezcan menos terroríficas. Tampoco me gusta que a estas desgraciadas personas, que no han buscado ser un número tan grande, las metan en estadios de fútbol y que digan que salen unos 38 campos llenos de gente. Cómo nos metamos a pensar en fútbol otra vez no salimos de aquí.


Me gusta un poco más cuando las ponen en fila india, una detrás de otra, y llegan hasta Moscú. Y es que son 6.202.700 personas. Menuda imagen, ¿no? Paralizando Europa entera, cruzando calles y ríos... Y cada uno llevando un párrafo con una pancarta en la que describan sus terroríficas situaciones.  Pero lejos de amedrentarles con este poder de reunión, de personas unidas que recorre el continente y lo sobrepasa, a los de arriba este tipo de figuras geométricas solo les parecen divertidas, como mucho. Y las pancartas no las leerán, si es que para qué molestarse.

Pero lo chocante está precisamente ahí, y no en hacer conjuntos o cifras. Uno a uno, cada uno por separado, cada uno con su historia: esta es una tragedia de dimensiones pavorosas. Solo pensando de uno en uno, uno se da cuenta de lo que incluso podríamos llamar genocidio laboral, de que detrás de cada persona hay una vida, una dignidad, hambre, hijos o una hipoteca. O mucho más. Y ese poder, el individual, puesto uno tras otro, puede multiplicar la desgracia hasta hacer que las cifras y los campos de fútbol se queden cortos.

Los de arriba no apostaron a ese número, no les parece cercano porque tampoco les parecen cercanas esas situaciones. Los de arriba ya se olvidaron de vivir como se vive abajo.




martes, 23 de abril de 2013

Encuentra tu vocación

He de reconocer que durante bastante tiempo he pensado que la vocación era algo único e indistinguible, claro como puede serlo encontrar un oasis en el desierto. Pero el otro día me encontré con estas líneas que os copio a continuación, y tuve que reconocer que tenían gran parte de razón. 

Saber leerse por dentro no es fácil. Muchas personas llegan a tener serias dificultades porque sienten pasión por varias cosas que realmente son vocaciones, pero sólo una de ellas es la plena, la que de verdad importa si uno quiere realizarse. 

Os dejo que saquéis vuestras propias conclusiones leyendo esta clasificación de vocaciones.

Vocación subjetiva: si el sujeto siente atractivo por una actividad, pero carece de cualidades para ella.

Vocación objetiva: posee esas cualidades, pero no el atractivo hacia ella.

Vocación auténtica: si además de sentir atractivo por la actividad, tiene las cualidades suficientes para ello.

¿Qué opináis? Repasad vuestra vida, vuestras convicciones. ¿Vuestra vocación es sólo la que consideráis auténtica? ¿O reconocéis que durante vuestra vida habéis pasado por vocaciones de los otros dos tipos que os hayan confundido?

Para que os comáis un poco más la cabeza, estas vocaciones pueden convertirse unas en otras a lo largo de nuestra vida, lo cual aporta, aparte de algún que otro quebradero de cabeza, posibilidades complejas muy interesantes que surgen de la maravillosa potencialidad que todos llevamos dentro.


sábado, 13 de abril de 2013

La otra forma de disfrutar de la cultura

Como bien dijo una amiga en su blog, los textos de clase de Inglés pueden dar para pensar mucho sobre otras cosas que no son el propio idioma. Esta entrada está inspirada por la idea que desarrollaba uno que analizamos en clase esta semana pasada.

El escritor hablaba sobre un concierto de música clásica que le habían recomendado encarecidamente, pero que no pudo disfrutar pese a que pagó su entrada. ¿Por qué? Porque delante suyo había una entrañable familia que no dejaba de hacer ruido y de moverse en sus sillas, y eso le molestó enormemente. En medio de su ira por no poder concentrarse en la música, acabó por dar una patada al respaldo delantero, pero la familia dicharachera ni se inmutó.

La amarga experiencia hacía reflexionar al escritor sobre cuál era el motivo que explicase que conductas que debían ser reprimidas al estar en sociedad, y especialmente al disfrutar de actos culturales, fuesen en aumento en las últimas décadas. La conclusión que él sacaba señalaba muy interesantemente a la amplia disponibilidad de la cultura hoy en día.


No deja de tener algo de razón. Hoy en día, cualquiera de nosotros puede disfrutar del concierto que más le guste en decenas de versiones distintas y en cualquier momento del día. En el coche, en la ducha, mientras escribe mails... puede disfrutar de algo que no era para nada tan accesible no hace mucho tiempo. Y pocas veces uno se sienta a escuchar de forma que esté totalmente concentrado en la audición, sin otras cosas entre manos. Es probable que sea esta reconfortante sensación de la ubicuidad de la cultura la que hace que no demos tanta importancia al acto en directo en sí y que incluso nos distraigamos y distraigamos a los demás en plena actuación. 

El escritor, seguramente todavía enfadado, acaba diciendo que no era que hubiésemos olvidado cómo escuchar, es que ni siquiera habíamos aprendido a hacerlo.

Sin duda se pueden hacer muchas críticas a esta opinión - quién va a dudar de que la amplia disponibilidad de la cultura pueda ser negativa, o que aquella formalidad de ir a la ópera era excesiva - pero habría que conceder razón a que el hecho de que podamos disfrutar de la cultura por doquier ha hecho que para nosotros tenga menos valor, y la sociedad así lo acabe reflejando en algunas facetas. 

Así que ya sabéis, la próxima vez que vayamos a una obra de teatro, un musical o similares, esforcémonos por disfrutar y dejemos también disfrutar a otros. La cultura lo merece, y la sociedad que creamos, también. 


miércoles, 10 de abril de 2013

Árboles conectados a Internet

Lo sé, puede sonar ridículo. Pero en el futuro ocurrirá, y tiene mucho sentido que así sea.

Cada día, y prácticamente a cada hora, nuevos aparatos se conectan a Internet por primera vez. Esta cifra va a ir creciendo exponencialmente de aquí a unos años. Coches, móviles, ebooks... perderemos la cuenta, pero llegaremos a que haya una media de 10 dispositivos conectados a Internet por cada ser humano viviente en este planeta, todo en menos de 30 años.


Por si eso fuera poco, resulta que no sólo los aparatos tecnológicos que conocemos ahora - y los que desarrollen en los próximos años - estarán conectados a Internet, sino que a esta red de redes se incorporarán cosas hasta ahora bastantes analógicas. Veremos que se conectarán montañas, casas... y árboles, como bien se comenta en el título de esta entrada.

¿Cuál es el sentido de conectar un árbol a Internet? Es simplemente por lo mucho que nos puede contar una planta si lo pensamos un poco, y es que sabe un buen puñado de datos que en la sociedad de la información pueden ser vitales. Puede hablarnos del clima, del estado del suelo, de vibraciones que detecte con sus raíces o de la humedad del ambiente. O incluso de su estado de estrés, que las plantas también tienen sus preocupaciones. Los científicos pueden extraer datos muy interesantes cuando la tecnología se desarrolle sólo un poquito más.

Así que no nos extrañemos si vemos árboles conectados a Internet dentro de poco. Lástima que no les dará por usar el Twitter...

domingo, 7 de abril de 2013

Lo que no ha dicho Jordi Évole sobre la industria farmacéutica

Hoy Jordi Évole se ha lucido. En menos de una hora de metraje televisivo, Jordi ha decidido abrir la caja de los truenos en lo que a la sobremedicalización se refiere y se ha metido a entrevistar a médicos, farmacólogos y representantes de la industria - ¿y un farmacéutico, Jordi? - para intentar llegar a la verdad sobre si no nos estaremos pasando dándole al botiquín.

No voy a negar que ha llevado razón durante gran parte del programa y se han contado cosas muy duras, especialmente los casos de los niños medicados con TDAH, que cada vez son números más alarmantes. No negaré que mi postura es similar a la del bueno de  Jordi, y alguno ya recordará que yo escribí profusamente sobre un lado oscuro de la industria del medicamento en una entrada tal que esta.

Sin embargo, a Jordi se le ha ido la mano hoy. Por eso estoy escribiendo aquí con ese título.

Durante todo el programa, no ha habido nada que nos haya hecho pensar que la industria farmacéutica pueda ser algo menos que perversa hasta la médula. El amigable chico de las camisas ha clavado los dientes contra el gigante farmacéutico pero no nos ha revelado ni una de sus bondades.

¿Acaso no hay fármacos que sí que funcionan? ¿Acaso las vacunas que salen de la industria no han salvado cientos de millones de vidas humanas? Por no hablar de que la industria farmacéutica invierte mucho en investigación, con una potente financiación que los gobiernos más bondadosos no serían capaces de emular.

Evidentemente tienen su lado oscuro, aunque no sabemos cuanto, pero este programa de hoy adolece de una visión totalmente parcial en cuanto al propósito. No negaré que la industria tenga sus tejemanejes, pero lo que es seguro es que sin ella no tendríamos el nivel de salud del que gozamos hoy en día.

Jordi, tan malo es no llegar como pasarse. Pero sé que la próxima vez lo vas a hacer mejor. 

Por lo demás, me gustas tanto como siempre, no pares.