Como muchos bien habrán deducido ya, Radithor contenía una solución de agua destilada de isópotos de Radio 226 y 228, ambos altamente radiactivos. Era la época de bonanza para la radiactividad en el campo de la salud y el bienestar, pues aparte de los estudios de la época de Curie no se sabía aún mucho sobre estas sustancias y muchos las veían como portadoras de efectos beneficiosos.
No dudaron ni tardaron en sacar partido a esa idea. Aparte de Radithor también surgieron cremas para la cara, dentífricos y hasta supositorios con cantidades de sustancias radiactivas que llegaban a niveles más que moderados.
Pero volvamos a Radithor, esa deliciosa panacea. Su éxito no duraría mucho. Radithor se retiró del mercado cuando Eben Byers, un hombre de la alta sociedad americana, murió en 1932 tras haber consumido cerca de 1.400 botellas de Radithor.
Ese afán le llevó a perder la mayor parte de la mandíbula. En la insólita imagen superior podéis ver cómo la luz que desprenden sus dientes refleja la radiactividad que contenían.
Radiactividad que claro, ya estaba demasiado extendida también por el resto de su cuerpo. Y es que al morir, el cadáver de Byers almacenaba tal nivel de radiactividad que hubo que enterrarlo en un ataúd revestido de plomo.
De todas formas, tranquilos. Los productos milagro de hoy en día no serán tan peligrosos, estoy seguro.
Extraído de Ian Crofton, 2010, Science without the boring facts