martes, 26 de junio de 2012

La publicidad que agobia

Hay algo que me inquieta. En el momento que pones un pie en la calle (nuestra calle pública, la de todos) te das cuenta de que hay publicidad por todas partes. Marquesinas que ya no ponen ni el horario del autobús porque no cabe, paredes y vallas que tienen centímetros de grosor de anuncios pegados unos sobre otros, tranvías engalanados con marcas de forma que ni siquiera sabes dónde está la puerta...

Esto es un catálogo viviente.
¿Por qué estamos expuestos a publicidad no deseada en todo tipo de espacios?
Esto desde hace tiempo atenta contra nuestra intimidad, y más aún, con nuestro estado de ánimo. Me voy a explicar.
Antes de nada aclarar que no estoy en contra de toda la publicidad en las calles. Ayuntamientos y otros organismos de gobierno tienen derecho a divulgar lo que ocurre y resulta interesante para los ciudadanos, y siempre de forma puramente divulgativa.

¿Dónde debe estar la publicidad? Es normal que haya publicidad en el ámbito privado. Si yo me compro un periódico, si entro a ver una película al cine; es de buen entender que estos medios se pagan en gran parte con publicidad que tiene como destino llegar al consumidor y ahí no hay nada que objetar, me tocan unos cuantos anuncios. Si entro en una tienda, o me paro en un escaparate, pues lo mismo pero elevado al infinito. Hasta ahí, bien
¿Pero qué ocurre con la calle? ¿Yo decido por qué calles andar, o por qué ciudades, y en base a eso están reguladas por empresas privadas que se pueden anunciar libremente? ¿Puedo elegir qué publicidad ver y cuál no, y cuando dejar de verla, cómo ocurriría por cualquier otro medio que yo elijo? Pues no.

Original es un rato, sí.
¿Qué pretende la publicidad? El fin de la publicidad es crear en el potencial consumidor una necesidad de adquirir lo que se anuncia. Para ello, se puede hacer de varias formas, muchas de ellas muy enriquecedoras y atractivas; pero la más usada y parece ser que la más efectiva, tristemente, es colocar el producto como ventajoso para la persona, de tal forma que si se adquiere se gana en ¿felicidad?, ¿ahorro?, ¿bienestar?, ¿etc? y ahora que estás tu ahí clavado en el suelo y sin el artículo, sólo por eso eres menos feliz, por el mero hecho de no tener una de las miles de cosas que se anuncian a diario. Ha cobrado mucha fuerza el usar imágenes de aparentes paraísos (coches espectaculares, paisajes caribeños, mujeres y hombres despampanantes...) que distan mucho de nuestra realidad, con la que aunque no queramos nos comparamos y nos vemos pequeños. Lo que realmente debería preocuparnos que allá donde vayamos se permita la libre circulación de anuncios que rebajan nuestra autoestima, incluso de forma inconsciente. Puede que vayamos a peor: estos sistemas siempre intentan mejorar su forma de promoción para llegar aún a más personas.

Una simple pero gran idea
¿Hay solución? Un ejemplo fácil de ver en cuanto a resistencia a estos ataques es que ya son muchas las comunidades de vecinos que no admiten propaganda en sus buzones particulares e incluso instalamos para recopilar toda la propaganda que nos traen un cestillo en el portal. Parece que nos hemos acostumbrado a que en la calle nos bombardeen gratuitamente con marcas y productos, y lo último que podemos hacer ya es intentar que no lleguen a los rellanos. Hay más avances: Sao Paulo, en Brasil, ya no permite ningún tipo de publicidad en lugares públicos; algunos estados de EEUU como Vermont y Maine tienen muchas restricciones al respecto y en Auckland (Nueva Zelanda) se ha reducido los anuncios públicos un 30%.


En otros muchas ciudades y países ya existen propuestas de ley que van a intentar cortar la libertad de los publicistas en los ámbitos públicos. Pero es un proceso largo y difícil... No obstante, deberíamos ser capaces de unirnos para pelear al menos contra aquellos anuncios notablemente molestos en nuestras calles. ¿Nadie ha pensado acaso en que estos espacios a la servidumbre de las marcas podrían usarse para expandir la cultura en forma de poemas o favorecer la participación ciudadana? Juntos, podemos hacer que nuestro barrio sea algo más nuestro y menos del consumismo. O por lo menos intentarlo.


Esta entrada es una reflexión sobre la columna de Neal Lawson en The Guardian, que podéis visitar aquí: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2012/apr/20/ban-outdoor-advertising

3 comentarios:

  1. ¡Me encanta esa vena periodística! (¿Seguro que no te equivocaste de carrera?) =)

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  2. Jaj, ¡gracias Nago! Poco a poco haré de este un buen espacio.
    Pues espero no haberme equivocado, aunque la vida puede dar tantas vueltas...

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  3. Me parece interesante la propuesta de poner poemas o fragmentos, seguro que serviría para mucho más en un país de borregos donde solo se fomenta la deficiencia mental con programas dedicados a ligoteos, al chismorreo o al sensacionalismo.

    Respecto a la publicidad que parece bien ajena a nosotros, que siempre salen felices, familias unidas, sin arrugas ni preocupaciones,... yo la denomino: "publicidad aria". Y no, no está hecha para mi.

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