Ayer tuve la oportunidad de participar como sujeto participante en un estudio remunerado propuesto por unos investigadores en Ciencias Sociales. El estudio se componía de varias partes, pero voy a relataros la más interesante de ellas, porque acabó dándome algo para pensar.
Los sujetos participantes estábamos sentadas en mesas separadas, con una bandeja tapada delante nuestro. No podíamos ver a los demás participantes: un cartón inmenso nos tapaba el frente y los laterales, de manera que sólo podíamos concentrarnos en la enigmática bandeja. Los sujetos no nos conocíamos entre nosotros y teníamos terminantemente prohibido hablar entre nosotros, si lo hacíamos seríamos expulsados al momento.

Una voz nos dijo: "Para este juego os hemos dividido en grupos de cuatro personas. Abrid la bandeja que tenéis en vuestra mesa. Comprobaréis que está dividida en cuatro compartimentos y hay fichas en todas ellas. Un total de 44 fichas".
Así era. Los cuatro compartimentos tenían cada uno una diferente cantidad de fichas. Uno de los compartimentos era de color azul claro, los tres restantes eran blancos. "Las fichas representan dinero. Cada ficha es un euro". Continuó la voz. "El compartimento que está marcado en azul, es el vuestro, de tal forma que os llevaréis la cantidad de dinero equivalente a las fichas que haya en vuestra parte cuando acabe el juego. Tenéis total libertad para mover las fichas en los compartimentos."
Vi, para mi descontento, que el compartimento azul, el que me correspondía, tenía menos fichas que los demás.
"Importante: No habléis con nadie. Ah, y jamás sabréis quienes son vuestros otros tres compañeros, ni se desvelará vuestra jugada a nadie. Simplemente distribuid las fichas a vuestro antojo y al final del turno revisaremos las bandejas. Elegiremos una al azar y la distribución de esa bandeja marcará el dinero que se llevan los cuatro participantes que figuran en ella."
Pensé, como creo que pensaríamos muchos humanos, que si ponía las 44 fichas en mi compartimento azul y 0 en las de los demás, mi beneficio sería el máximo posible. Después, claro, sólo habría que tener suerte y esperar que mi bandeja saliera elegida entre las cuatro de mi grupo, y en ese caso me llevaría todo el dinero y mis anónimos compañeros no se llevarían nada. Mi jugada saldría impune y nadie sabría jamás lo que había decidido.
No llegué a hacer esa distribución. Todos los que estábamos allí éramos chicos y chicas jóvenes. Pensé que tal y como están las cosas ahora, a todos nos vendría bien ganarnos algo, aunque tampoco fuese mucho. Tampoco me sentía a gusto llevándome todo el dinero y el resto no llevándose nada. Es más, si todos hiciésemos esa misma jugada, sólo uno de los cuatro se llevaría el dinero.
De manera que primero distribuí 11 fichas en cada compartimento, dejando la misma cantidad en todos ellos. Eso era equitativo. Podía dejarlo así, si mi bandeja salía elegida, nos beneficiaría a todos por igual.
Pensé que quizás estaba siendo estúpido con esa jugada. Mi decisión sería anónima. ¿Y si yo distribuía a todos por igual pero mis compañeros decidían quedarse ellos las 44 fichas cada uno? Las probabilidades de no llevarme nada eran muy altas, y al fin y al cabo, yo no conocía a las demás personas y no podía hablar con ellos. Ser equitativo era casi una decisión moral, pero los demás no tenían por qué pensar lo mismo...
Empecé a mover fichas. Tras comerme la cabeza durante varios minutos, decidí volver a la distribución equitativa, dejando 11 fichas en cada compartimento. Pero el sentimiento de la impunidad de mi acto seguía siendo fuerte, de tal forma que, antes de acabar la jugada y entregar mi bandeja, quité una ficha a los compartimentos de mis tres compañeros y las puse en el mío.
Esa decisión me relajaba: había tendido a la equitatividad, pero al mismo tiempo había dejado un ligero margen de beneficio para mí mismo aprovechándome de las reglas del juego: yo me llevaba 14 fichas, el resto, 10 cada uno. Pensé que, dadas las condiciones del juego, quizás yo podría haber sido el más justo, dado que seguía teniendo la sensación de que todo el mundo dejaría a los demás sin ninguna ficha.
El estudio acabó y anónimamente, se eligió una bandeja de cada cuarteto y se nos remuneró por separado.
No le di mucha importante en el momento, pero luego me puse a pensar, quería deducir cuál había sido el resultado de la bandeja elegida que nos había premiado a todos.

Y entonces caí rápidamente: yo me había llevado exactamente un cuarto del total de las fichas. Pero no había sido por mi decisión, que me daría a mí más dinero.
Alguien, el que había resultado elegido de mi grupo, distribuyó realmente de forma equitativa entre los cuatro, y los cuatro participantes nos llevamos lo mismo. Alguien que había demostrado que había sido justo de verdad y no como yo, que había querido disimularlo...
Me dio que pensar y quería compartirlo con vosotros.